Soy Ana Gabriela, mujer, madre y arquitecta mexicana. Me decidí por la arquitectura como medio de vida, la cual, ahora lo sé, es una profesión complicada, de aquella decisión, que tomé hace ya un tiempo no me arrepiento.
La arquitectura es una profesión muy noble ya que nos ofrece un amplio rango de posibilidades para los que no nacimos para serlo y hemos tenido la fortuna de hacernos arquitectos. La arquitectura, en cierto sentido, es como la vida, hay mucho dolor y algunas lágrimas, pero nos deja ser parte de ella y lo más importante, es que nos permite participar en proyectos que dejan huella en las personas que habitan los espacios, que los transitan y los hacen propios. Haciendo historia pública y privada.



La arquitectura me ha dado una de las más grandes satisfacciones en mi vida, tener contacto directo con la gente que hace realidad cada trazo, detalle y especificación reflejada en un plano. Ellos son los que hacen la verdadera magia de la arquitectura; sin ellos, ya sea que te dediques al diseño, a la integración de presupuestos y precios unitarios, a las compras, al control de obra o cualquier otra rama del diseño arquitectónico o de la construcción: no somos nada. Muchas veces su papel en la construcción de una obra no es valorado y en ocasiones, es completamente minimizado. Estos seres que aparentemente habitan en las sombras dejan su alma en cada uno de los proyectos en los que trabajan.
Con los años me he dado cuenta, de que más que la arquitectura, mi verdadera pasión es la construcción y todo lo que en ella converge; pero en especial los recursos humanos que hacen posible su ejecución, esos seres humanos con diversas historias que todos los días se trasladan a la obra hasta concluirla, dejando su huella para después seguir su camino en otra obra más.

Con 15 años de experiencia, la oportunidad de liderar el proyecto de los headquarters Cuenca en la Ciudad de México, significó la primera vez que pude hacer las cosas de la manera en que siempre había querido hacerlas en mi vida profesional; construir un espacio con una intención clara que sea reflejo de la comunidad que lo habitará.
Esta oportunidad vino acompañada de retos y características especiales, las cuales la pandemia intensifico. Un proyecto programado para ejecutarse y ver la luz en un plazo no mayor a tres meses se tradujo en hechos en ocho meses de constante empuje y negociación. Donde la paciencia ha jugado un papel esencial.
Los proyectos son seres vivos, que tienen una gran cantidad de complejidades técnicas, financieras, emocionales y hasta espirituales. En este proyecto tal vez las dificultades técnicas no fueron tan grandes, ni numerosas; sin embargo, su gestión y manejo significaron para mi, uno de mis grandes retos profesionales, que no se comparan con proyectos de 90 mil metros cuadrados y miles de millones de pesos que se reportan en mi currículum vitae. Fundamentalmente por la carga emocional que implicó, ya que, en él está representado un sueño y un esfuerzo del que agradezco ser parte.

Hoy por fin Cuenca tiene un espacio que refleja su cultura, a cada uno de sus integrantes y a cada uno de los personajes que lo hicieron realidad, dejando su huella en cada detalle artesanal; que no sólo se percibe en los colores de su identidad gráfica, sino en sus cualidades espaciales, sus delicados degradados, sus intervenciones artísticas y la específica selección de acabados, que logra comunicar su intención a primera vista.
El reto aún no ha terminado, queda la mitad del camino por andar, pero al menos en esta ocasión estamos preparados para lo que pueda presentarse en el camino. Si tuviera que definir este proyecto, en una palabra, sería “aprendizaje”. Hoy, consiente de la situación del país, que nos acercamos a un periodo post-pandemia, estoy convencida que seremos parte del boom de la reinvención, y de esa fuerza que se percibe en el ambiente. Hoy estamos listos para seguir empujando y cada día hacerlo mejor, siempre en equipo y resiliencia.
